Décimo piso. Impuestos generales S.A. Oficina 1001. Estoy en una fila gigante. Delante mio hay unas doscientas personas. Mis papeles han sido rechazados por una equivocación de suma-resta al momento de declarar. Me imagino que las doscientas personas antes que yo están en lo mismo. Solo por una diferencia. Yo estoy esposado. Mis muñecas están amarradas y encadenadas. Me miro, y me doy cuenta que llevo de atuendo la típica ropa de encarcelado, a lo gringo. Está claro que acá cada uno se viste como puede en la cárcel, pero por el imaginario impuesto, producto de las peliculas gringas, me hace más alusión un overol naranjo que mis jeans de siempre. Al parecer mi equivocación en declarar mis impuestos fué mayor.
Estoy de pronto en el umbral de la puerta, que ya no es una oficina, sino un tribunal, que me espera para condenarme. Todos me miran mal. Al parecer soy culpable. A nadie le regalaría unas miradas así. El Juez me dice que he robado mas de un millón de pesos al estado, y que mi conducta irresponsable deberá tener un castigo ejemplifificador. El martillo retumba en mi cabeza. 5 años y un día. Me sacan esposado por la puerta delantera, y veo que el tribunal de al lado, deja libre a un narco por falta de pruebas. Un narco de esos que les vende pasta base a sus mismos vecinos y sus hijos, que los hace dependiente y termina dominando el barrio.
Despierto. Estoy sudando completamente. Estoy angustiado. Salgo a la esquina de mi casa, mientras se escuchan disparos a lo lejos y a lo cerca. El sudor comienza a desaparecer y comienzo a tranquilizarme. En la esquina, por 500 pesos me venden un papelillo pa fumar, el que me hace olvidar por un rato, mi estadía en la carcel, y de cómo perdí todo lo que tenía, por declarar un poquito mal mis impuestos.
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